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La importancia de lo diferente en los vínculos
Lic. Laura SpinaEsp. en Psicología
En esta ocasión trataremos las problemáticas de pareja, que son las más habituales entre las configuraciones vinculares que llegan a la consulta, espacio en el que también pueden tratarse los vínculos entre padres e hijos, hermanos, y otros lazos, familiares o no, puesto que no hay restricciones, salvo la cuestión fundamental del acuerdo de todos los participantes en concurrir. Luego de una evaluación, en tanto lo considere adecuado, el/la psicólogo/a podrá iniciar un proceso vincular y operar con su dinámica.
En cuanto a los motivos de consulta, surgen a menudo problemas de relación que se atribuyen a ser o pensar “diferente”. El conflicto parece residir en estas diferencias, como si ese fuera realmente el problema. El problema no es “ser” o “pensar” diferente, sino tratar la diferencia, darle lugar para que suceda.
La diferencia en los vínculos es constitutiva. Siempre estuvo, pero suele quedar velada, precisamente para evitar afrontar el problema. Pero es inevitable, porque el conflicto sigue allí, y produce síntomas. Desde alejamientos, distancias en los que las personas reducen su interacción al mínimo, hasta francas discusiones (permanentes u ocasionales), que revisten gravedad, por lo menos para uno de sus miembros o terceros que son testigos de lo que ocurre. Se presentan las situaciones que la diferencia demanda resolver y en lugar de surgir modos de acordar, aceptar o tolerar, surge el dolor, la angustia, a veces la agresión. En fin, la imposibilidad de continuar.
En las parejas, pero también en otras configuraciones vinculares (en las amistades, entre padres e hijos, en las relaciones laborales), muchas veces no se trabaja la diferencia, sino que se tiende a sostener el ideal de igualdad o una falsa aceptación de la diferencia. Pero el vínculo no crece, y por lo tanto, a la larga, no estará sano. ¿Por qué? Porque no incorporará lo nuevo, se irá intoxicando con aburrimiento, frustración, baja autoestima, o con peleas que no conducen a ninguna parte.
¿Qué analizamos cuando nos detenemos en el consultorio a revisar el o los problemas?
Que haya interés en resolver: a veces una pareja concurre cuando ya alguno de los miembros ha tomado (pero no lo ha dicho) por ejemplo, la decisión de separarse. En esos casos, el espacio puede resultar importante para poner en palabras el deseo de separación que no ha podido ser expresado. Cuando esto sucede, a veces, se puede acompañar a cada uno con su pena. Si pueden soportar verse para trabajar la separación, se logra muchas veces disminuir el sufrimiento de la pareja, e incluso el de otros involucrados, como pueden ser los hijos. También se pueden trabajar acuerdos para que no haya tanta pérdida como sucede habitualmente (desde lo comunicacional, como lastimarse con palabras hirientes, hasta desacuerdos por cuestiones materiales, y muchas situaciones concomitantes). El espacio terapéutico puede ser el lugar donde se limitan a decir lo que sienten, y luego en el “mundo real” pueden resolver mejor, evitando las agresiones. Cuando el interés está puesto en resolver, algo del lazo también sostiene el deseo de cuidar. Separarse puede verse como una opción, cuya elección podría sentirse como impensada al principio, y sin embargo, llegado el momento, puede ser considerado un camino posible.
Si los integrantes de la pareja concurren porque se sienten en crisis, han intentado otras salidas y no saben qué más hacer (ya se fueron de viaje, practicaron terapias alternativas, se separaron y volvieron pero están igual o peor que antes, hubo alguna infidelidad y lo “superaron”, pero no, etc.), en este caso, también será importante, en primer lugar, focalizar la cuestión en el interés en resolver. Insistimos con esta cuestión, porque una ilusión frecuente es creer que primará alguna razón. Es decir, que alguno de ellos es quien tiene esa razón. O que hay una causa (Si él/ella no fuera esto o aquello…). También a menudo no se desea resolver, aunque se diga que sí, y se prolonga indefinidamente un proceso de separación, cuyo fin (inconscientemente a veces) es evitar este desenlace. El proceso es más complejo.
Aceptar las diferencias requiere aceptar la diversidad. El otro no solo es diferente, sino que piensa, siente, opera cognitivamente diferente y es físicamente distinto. La pareja debe abrirse a la posibilidad de no saber del otro. A conocer nuevos motivos por los cuales el otro hace o dice aquello que despierta esos enojos, dejando de lado las interpretaciones que suponen la idea de saber “todo” o conocer al otro. El espacio terapéutico es un lugar de creación. Crear un nuevo lugar simbólico en esa relación para que suceda lo nuevo.
Es importante distinguir diferencia y diversidad. Son dos paradigmas que pueden ayudar a pensar en las interacciones. Haciendo espacio para quedarse en el conflicto, profundizarlo, sentirlo, y permitir un devenir hacia el crecimiento vincular.
El paradigma de la diferencia se basa en aquello que está normatizado de alguna manera, entonces se plantea lo diferente respecto de esa norma. Por ejemplo: Escuchamos a alguno de los consultantes decir “a nosotros no nos gusta viajar”… Y vemos que el otro (de ese supuesto nosotros) quizá se anima a decir: “Bueno, a mí no es que no me guste, lo que pasa es que él se ponía tan mal cuando salíamos de casa por varios días que no lo hicimos más”
La diversidad plantea otro posicionamiento. En todo caso, todos son diferentes entre sí. La igualdad está en sostener todas las posibilidades de ser. Incluso de haber sido, y hoy sentirse diferente o querer cambiar. Esta igualdad permite la legitimación del otro, de su ser, su espacio, su pensamiento, sus derechos. Y también trae como consecuencia aceptar que va a haber situaciones de conflicto que está bien que sucedan. ¿Cómo resolver ir de viaje si uno lo disfruta y el otro no? Podría viajar el que le gusta y el otro quedarse, pero habrá que ver si hay normas ya preestablecidas que hacen que ni sea posible ofrecer esta solución. Este es el verdadero conflicto a plantear. ¿Cómo resolver el cambio en alguna cuestión personal, si para la pareja representa algo del orden de lo impensado o peor aún, hasta puede ser interpretado como traición?
A la hora de plantearse los conflictos entre las personas, puede suceder que esté funcionando, muchas veces de modo no consciente, una idea central que supone algo, respecto de la cual el otro está siendo “diferente”. Si cuando se suscita ese momento, las personas pueden posicionarse en la diversidad de pensar, de ser, de hacer, de sentir, es más probable entonces que puedan hacer crecer el vínculo, dar espacio para que sucedan más cosas, nuevas cosas. Así es que las parejas pueden sobrevivir a la rutina impuesta durante años, de no salirse de lo establecido por ellos mismos. Las amistades pueden evolucionar, tomar formas más amplias. Padres e hijos pueden abrirse a compartir momentos en esa diversidad en la que conviven con el otro. Las organizaciones de cualquier índole registrarán crecimiento. Todos somos diferentes en la diversidad. Esa es la diferencia a tramitar. También implica aceptar que no existen absolutos. A veces, por no soltar esa idea, se suelta al otro.